Comencé esta aventura apodada “Pekín Express” con los hermanos Vaquero por allá por Octubre 2014. Nos embarcábamos de nuevo en uno de nuestros tan soñados viajes. Primera parada, Moscú, Rusia. Y ahí estaba, ese lugar del que tantas veces habíamos oído hablar en nuestras vidas, la Plaza Roja de Moscú con su imperante y colorida catedral ortodoxa de San Basilio que a pesar del día gris que hacia conseguía dar color a la ciudad. Fue un momento de nuestras vidas parecido a aquel día cuando descubrimos el Taj Majal en India, ahí estaba el monumento, era de verdad. En la misma plaza se encontraba otro punto de bastante interés, Vladímir Ilich Lenin yacía embalsamado como símbolo eterno del comunismo, custodiado bajo una luz tenue y un silencio… sepulcral. No estaba permitido hablar ni pararse y mucho menos fotografiar al gran ídolo. Una experiencia, debo de decir, un tanto espeluznante. Tras recorrer la ciudad bajo su húmeda atmósfera, finalizamos nuestra visita con un bello espectáculo de ballet en el gran famoso teatro Bolshoi, lo cual me trajo muchos recuerdos de aquellos años de juventud en la escuela de danza de Nuria Pomares. Quién sabe si de haber continuado hubiera acabado bailando en un teatro como el Bolshoi. No, definitivamente no era lo mío, se me da mejor bailar entre agujas y jeringas.
Catedral de San Basilio, Plaza Roja, Moscú |
Y allá nos embarcábamos al día siguiente en un tren con destino a Irkutsk que duraría algo más de setenta y dos horas. Compartimos vagón con unas veinticinco o treinta personas, todos acomodados en literas. Cada uno tenía su pequeño espacio personal pero al final todo se acababa compartiendo. Seguro que os preguntareis cómo es posible pasar tres días en un tren sin morir de aburrimiento. Pues bien, confieso que no es aburrido, sino todo lo contrario, es una manera diferente de vivir y sobre todo de conocer mundo. Es curioso como las vidas de unos extraños se pueden entrelazar junto a la tuya durante un viaje en tren. Nosotros tres éramos los únicos extranjeros en el vagón, el resto de pasajeros eran rusos. Había una señora mayor que pasaba el tiempo tejiendo una especie de decoraciones, debía de estar tan acostumbrada a viajar en tren que hasta tenía su propia plantita para la mesa, además descubrimos que había sido campeona de esquí. Otra señora de la edad de mi madre nos cuidó como si fuéramos sus hijos, nos ofrecía comida o nos arropaba cuando se nos caía la manta mientras dormíamos, viajaba para visitar a su hija que era doctora. Un chico se despidió de su novia y parecía que no se verían en mucho tiempo. Otro chico viajaba con su madre para ir a ver a su hermano, viajaban desde Ucrania, lo que suponía un viaje de cinco días de ida y cinco días de vuelta para solo estar dos días de visita. Un hombre muy grande y serio nos miraba de soslayo de vez en cuando, nos daba bastante respeto hasta que finalmente nos tomamos con él unos cuantos chupitos de coñac y chocolate que nos ofreció, ¡cualquiera lo rechazaba con esa mirada! También hubo un grupo de jóvenes con lo que jugamos unas cuantas partidas de cartas. Si tenéis curiosidad, jugamos a “culo” donde en vez de llamar presidente al que ganaba le llamábamos Putin, y a “burro” puesto que eran los juegos más sencillos de explicar. Como anécdota diré que uno de los rusos perdió jugando a burro y salió literalmente a hacer el burro a la calle en una de las paradas en pantalones cortos a no sé cuantos grados bajo cero, fue muy gracioso. Y así fue como descubrimos un poco de cada uno.
con nuestro amigo "el burro" y el ucraniano |
La conciencia del tiempo era difícil de mantener, pues recorrimos cinco husos horarios durante el trayecto. No sabíamos a qué hora nos despertábamos ni a qué hora comíamos. Al principio nos guiábamos por la hora de Moscú que es la hora que lleva el tren, es decir en cualquier estación de Rusia en la que llegue o salga un tren, éste indica la hora de Moscú siempre, sino sería un caos para los viajeros. Finalmente decidimos comer y dormir cuando nos apeteciera.
Al llegar a Irkutsk nos encontrábamos un poco perdidos. Habíamos quedado en pasar dos noches con una pareja de Coachsurfing (para quien no lo conozca, se trata de una web donde la gente ofrece su casa para dormir gratuitamente, por el mero hecho del intercambio cultural que se produce con este tipo de actividades. Yo ya había tenido muy buena experiencia de cuando visité Belfast). Bien, pues después de un rato pensando como contactar con ellos y como llegar a la casa, conseguimos que un hombre muy amable nos ayudara. El hombre, a cambio de nada, nos dejó llamar por teléfono y finalmente fue él quien nos llevó hasta la casa en el coche de su amigo que venía a recogerle a él. Reconozco que íbamos un poco alertas y paranoicos por si nos secuestraban en medio de Siberia, pero viva la amabilidad gratuita oye. Por lo que pudimos entender con los gestos, el hombre decía que si nosotros visitábamos su país, el estaba en el deber de ayudarnos y así lo hizo.
Voy a intentar se breve con esta experiencia de Coachsurfing que no merece ser contada. Digamos que el chico de la casa era bastante despreocupado, nos dejó solos con un gato y la situación se volvió en contra de nosotros. Tuvimos que abandonar la casa a la mañana siguiente antes de que la pareja se despertara por no ver a la chica que parecía ser que no le había sentado muy bien lo que hiciera el gato dentro de su habitación. Sí, huimos como ruines dejando una triste nota.
Después de ese pequeño incidente, pasamos el día disfrutando del lago Baikal, el lago más grande del mundo, contiene el 5% de agua dulce del planeta. Grande… y frío, pues en invierno se llega a congelar por completo en la superficie. El paisaje era precioso, además nos hizo un día muy soleado a pesar del frío. Era una estampa muy característica: el lago, el bosque alrededor, algunas casas de madera y el horizonte soleado imperando sobre el resto.
De vuelta en Irkusk, visitamos los principales puntos turísticos. No es una ciudad que merezca mucho visitar, es más bien industrial, pero tiene sus pequeños rincones que sí merecen la pena.
Tras esta breve visita embarcamos de nuevo en un tren que nos llevaría hasta nuestro siguiente destino: Mongolia. Mongolia, el país deshabitado. Es sorprendente recorrer kilómetros y kilómetros en coche y que nada ni nadie aparezca ante la vista. Da una sensación de pequeñez inquietante. Ahí estás tú, tan poca cosa, admirando la inmensidad del mundo ante tus pies.
Fue una grandísima experiencia perderse en el interior de Mongolia durante tres días. Dormimos en gers con familias nativas. Los ger son las tiendas de los nómadas, una lona de tela y una estufa en el medio básicamente, aunque ahora ya disponen de paneles solares y por tanto de luz y hasta televisión. He de decir que me decepcionó este turismo vivencial. Supongo que las familias reciben demasiados turistas al año y están cansados, apenas tuvimos relación con ellos. Pero me quedo con la parte de sentirme en medio de la nada absoluta, de disfrutar de los animales como los caballos, los camellos, las ovejas o los perros y sobre todo del magnífico cielo estrellado que por desgracia hoy en día no podemos admirar en las grandes ciudades.
ger con antena y paneles solares |
trabajando con las cabras |
atardecer en Mongolia |
Además visitamos el parque natural de Hustay donde pudimos ver los últimos caballos salvajes del mundo. Estos caballos se extinguieron en libertad y solo quedaban algunos ejemplares en zoológicos de Europa. Una organización se encargó de juntarlos y traerlos de vuelta a su país de origen. Ahora ya hay más de doscientos caballos viviendo en libertad en esta reserva donde se encuentran protegidos. También añadiré que no he pasado más frio en toda mi vida, de verdad, dormir en medio del desierto del mini Gobi no es buena idea en invierno.
desierto del mini Gobi |
Como última parada en Mongolia, visitamos la capital Ulan-Bator que significa héroe rojo en honor a su héroe nacional que luchó con el apoyo del Ejército rojo. La capital tiene un aspecto descuidado casi acercándose al caos. Tiene edificios de la era comunista que se entremezclan con edificios modernos y terrenos con gers, es un conjunto arquitectónico bastante extravagante. Se puede fácilmente apreciar la diversidad de culturas por la cantidad de gente tan diferente que pasea por la calle. Rusos, mongoles, chinos, todos conviviendo a la par.
Y por fin el último tren (o eso es lo que nos pensábamos) rumbo a Pekín. El paso de frontera fue curioso, puesto que al ser la anchura de vías diferente tienen que cambiar los bogies (bajos del tren). Conducen los vagones a unas naves, donde los separan y los elevan para hacer el cambio y todo ello con todos los viajeros a bordo. Entre la frontera de Mongolia y la frontera de China tardamos casi unas seis eternas horas.
cambio de bogies |
llegada a la estación de Pekín |
calle comercial de Pekín |
calle de un Hutong |
ciudad prohibida |
Observese la contaminación... |
El día más esperado llegó cuando visitamos la gran muralla china. El día amaneció nublado, y mi barriga sufría por la diarrea del viajero una vez más, pero ello no evitó que disfrutáramos de esta maravilla del mundo. Visitamos una parte de la muralla no reconstruida y alejada de la mayoría de turistas, pues apenas éramos unas 30 personas ese día. Es admirable el trabajo que hicieron los chinos cientos de años atrás, parece increíble que una muralla se levante entre las montañas recorriendo miles de kilómetros y sobre todo que aún se mantenga en pie. Recorrerla fue una experiencia única, peldaño a peldaño nos dábamos cuenta del esfuerzo que tuvo que suponer construir esta maravilla arquitectónica.
yo en la muralla con cara de pachucha (pero conseguí llegar) |
monasterio colgante |
cuevas |
Os recomiendo mucho este viaje. Si tuviera que elegir uno de los tres países me quedaría entonces con Mongolia. Fue una experiencia muy bonita con el mundo natural. Pero en general el viaje fue muy completo y no le faltó de nada en ningún momento, quizás algo más de temperatura. Espero que hayáis disfrutado mientras leíais mis palabras y que os haya llevado un poquito más allá de donde estáis ahora mismo leyendo. Yo sigo soñando con mis futuros viajes, no me imagino un mundo sin poder recorrerlo…
“ The journey of a thousand miles begins with a single step”
Lao Tzu
Escribiendo en el tren (foto al "descui") |
Qué pasada de viajes, Sandra, y muy buenos tus relatos de ellos
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